Mujer, la fuerza invisible del agro cruceño

Página Siete / Marzo 28, 2017

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Fuente de la imagen: Página Siete

Peinando las puntas de sus dos trenzas largas y negras, Remigia Andaluz observa la «cosechadora del año”, maquinaria que llegó a la Expo Soya 2017 en Santa Cruz. Curiosa pregunta las características tecnológicas, el costo, la capacidad de trabajo de hectáreas por hora y otros aspectos que sólo a alguien experto en el agro se le ocurrirían.

Junto a ella se aglomeran otras cinco mujeres. Todas llevan polleras de pliegues mullidos como muestra de su origen quechua migrante. El pequeño grupo es parte de la nueva fuerza emergente del agro cruceño, aquella liderada por mujeres que no sólo participan en la producción familiar sino que por distintos motivos se han convertido en sus responsables directas.

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2014 -en el marco del «Año de agricultura familiar”- en Bolivia el 85,7% de las mujeres del área rural se dedican a la agricultura, la pesca y la cría de ganado. Los datos añaden que este trabajo realizado dentro del núcleo familiar no es remunerado y es ampliamente subestimado.

«Ya somos más las mujeres agricultoras. Venimos a este tipo de eventos para actualizarnos y mejorar nuestra cosecha. Ahora estamos viendo qué maquinaria comprar”, dice Remigia.

La cosechadora que observa es «un sueño” pero está lejos de su alcance. Ya ha sido vendida por más de 400 mil dólares.

Al ver a las interesadas, David Oropeza, gerente general de la Comercial Industrial Agropecuaria CIAGRO, señala que si bien la mujer es parte importante, las que son productoras cabeza de cultivo y de hogar son pocas. Asegura que en su cartera de clientes, de los más de 2.000 productores registrados sólo de 10 a 12 son mujeres.

«No son muchas las mujeres en el agro. Generalmente son viudas que asumen la responsabilidad del esposo o que han sufrido abandono”, explica y añade: «Y aunque muchos no lo crean, son muy buenas y yo diría las mejores agricultoras”.

La presencia femenina ha sido notada por todas las asociaciones de productores. Sin embargo, no logran precisar un número.

Freddy Taboada, uno de los representantes de los productores de maíz de San Julián, calcula que de los 230 afiliados «unos 30” son mujeres.

«Tenemos productoras que salen adelante y participan de forma muy activa. Aún son pocas pero están creciendo”, afirma.

El panorama sin precisión se repite en otras asociaciones. El gerente técnico de la Asociación de Productores de Oleaginosas Anapo, Richard Trujillo, indica que entre activos y pasivos cuentan con 8.000 productores.

«No sabría precisar el porcentaje de ellas. Pero son muy importantes, en nuestra institución tenemos directoras mujeres como Silvia Vale que es productora y representante”, sostiene.

Explica que antiguamente se ponía la propiedad a nombre del esposo y era éste el que daba la cara. «Pero en los últimos años hemos visto un repunte importante en la participación de la mujer, están creciendo”, dice.

En el país, la Ley 3545 de Reconducción de la Reforma Agraria de 2006 establece: » Se garantiza y prioriza la participación de la mujer en los procesos de saneamiento y distribución de tierras. En caso de matrimonios y uniones conyugales libres o de hecho, los títulos ejecutoriales serán emitidos a favor de ambos cónyuges o convivientes que se encuentren trabajando la tierra, consignando el nombre de la mujer en primer lugar. Igual tratamiento se otorgará en los demás casos de copropietarios mujeres y hombres que se encuentren trabajando la tierra, independientemente de su estado”.

Pero Oropeza, Taboada y Trujillo coinciden en algo. Si bien aún hay títulos a nombre del hombre, es la mujer la que hace la administración. «No sé cómo será en otras partes pero acá en la inversión ellas se imponen”.

La cosechadora que contempla Remigia tiene un mapeador satelital de la parcela, contador de grano y capacidad de operar con piloto automático. Tiene la fuerza de 300 caballos, con seis metros de corte y es capaz de cosechar soya a cinco hectáreas por hora, ideal para el grande o mediano productor, pero no para el pequeño, grupo de la mayoría de las mujeres del agro.

«Estamos entre los pequeños y medianos. Es linda, pero para mí necesito algo pequeño, será cuando me expanda”, afirma Remigia sin dejar de soñar.

«Olguita”, de tenista a cañera

Olga Riveros es una mujer elegante, rubia y de ojos muy claros. Tiene un trato cariñoso y muy accesible. No habla de ella misma, porque los demás se encargan de esa tarea algo incómoda para ella.

«Lo tengo que decir, porque ella no lo hará. Olguita (como le dicen de cariño) es un gran valor de la agricultura. Es la muestra de que las mujeres hacen patria produciendo”, señala Gary Rodríguez, gerente general del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE).

Previo a su incursión en el agro, Riveros destacó dentro de otros espacios que hasta su llegada fueron ocupados por hombres. Su pasión desde niña fue el tenis.

Con varios títulos departamentales y nacionales como antecedente, en 2004 asumió la jefatura de la Unidad Departamental del Deporte de Santa Cruz. Convirtiéndose en la primera mujer en asumir dicho cargo prefectural.

En 2007, tras la muerte de su esposo Walther Aguilera -con quien tuvo cuatro hijos-, Olguita tuvo que asumir la administración de la empresa que él dejaba. «Él murió produciendo caña y ella asumió continuar la tradición familiar”, afirma Rodríguez.

La nueva responsabilidad implicó un giro en su vida. De la noche a la mañana su pasión encauzada en el fomento del deporte se volcó en una nueva. En la de una productora de caña.

En una anterior entrevista señaló: «Se triplicaron mis responsabilidades para poder mantener nuestra producción de caña y participar en las instituciones cañeras. Tuve que alejarme de mi voluntariado deportivo de años. Ahora vivo muy atareada como agropecuaria y tratando siempre de ser un buen ejemplo para mis hijos, de guiarlos y apoyarlos, de estar con ellos y no fallarles”.

Su trabajo es reconocido y con él se ha ganado un sitio como secretaria general en el directorio del Ingenio Azucarero Guabirá (IAG). Su nueva pasión aflora cada vez que habla de la caña, el proceso de producción o de las necesidades de los productores.

Remigia: Somos muchas mujeres

Remigia Andaluz, apenas llega a los 40 años. Su piel bronceada y sus trenzas son la marca de su procedencia quechua. Nació en Cochabamba pero ahora vive donde está su tierra, en San Julián.

«San Julián es como una Bolivia chiquita, hay de todos los departamentos. Hay gente de Sucre, Beni, Tarija, Chuquisaca, La Paz, Oruro, Potosí y Pando”, afirma contenta.

Pero sin duda, la gran mayoría de ellos son migrantes del occidente del país. Son gente del altiplano que deja su tierra de origen en busca de oportunidades y una mejor calidad de vida. Las mujeres son parte importante de este movimiento de gente.

«Somos varias mujeres en el agro, no se siente porque no todas están dentro de las organizaciones de productores que tenemos en Santa Cruz”, indica Remigia.

Explica que una parte se une a las asociaciones para conseguir apoyo para su producción. En estos grupos grandes buscan capacitación tecnológica o conocer de cerca la experiencia de los productores antiguos para aplicarla en sus cultivos. Mientras que otras se agrupan en pequeñas células.

«Pero otras prefieren trabajar solitas y mantener su tierra y su siembra de forma independiente. Solas comercializan directamente en los mercados que llegan a la población. Como del productor al consumidor”, manifiesta.

Muchas de sus compañeras llegaron a Santa Cruz con sus hijos para la época de cosecha y decidieron quedarse para conseguir su propia tierra. Las que llegaron solas trabajaron duro para traer a sus familias.

«Las mujeres asumimos el agro porque no queda de otra. En algunos casos porque sus esposos mueren, en otros porque ellos se van a sus tierras de origen o a buscar trabajo y ya no vuelven o simplemente porque hay que buscar una forma de vivir; así entré en el rubro”, afirma Remigia con mucho orgullo en su voz.

Juana: Ahora hay más mujeres

Juana Díaz Mamani es algo tímida, de cabellos algo canosos y ojos pequeños. Su sonrisa emana un aroma a coca mezclada con azúcar y sus manos muestran al tacto las marcas duras y ásperas del trabajo duro en el campo y el hogar.

Junto con su esposo tiene un terreno de 20 hectáreas en el sector Alonzo Fernández. Ahí siembran soya unos años y otros, maíz. «Somos propietarios del terreno”, asegura sobre las 20 hectáreas que están a nombre de su esposo.

«Soy parte de los productores pero es mi esposo el que siembra soya”, asegura para poder explicar su papel dentro de la producción. Para ella es una tarea mancomunada en la que, a pesar de no ser la responsable directa, trabaja con esfuerzo y cariño.

Para ella los roles aún no han cambiado. Como mujer trabaja en el campo y también en las labores del hogar.

«No sé con exactitud cuántas mujeres serán responsables directas, pero todas las mujeres trabajamos junto a nuestros esposos en el rubro”, manifiesta.

Sin embargo, aclara «pero aquellas que son cabeza de familia siempre son mucho menos que los hombres. Ahora hay más que antes pero aun así no todas consiguen la titularidad de la tierra”, afirma.

Asegura que tampoco las plagas hacen la diferencia. «A cultivos de hombres o de mujeres la plaga ataca por igual. Nosotros lo hemos perdido casi todo y otros de nuestros terrenos ya lo estamos alquilando a un brasileño”, manifiesta.

Acepta que conseguir los créditos es muy difícil tanto si una está en pareja o sola. «Pero debe ser más difícil si no tienen ni el derecho sobre la tierra”, lamenta.

Por su experiencia y tiempo dedicado a la agricultura, al caminar en medio de los sembradíos es capaz de reconocer las primeras señales de las plagas como los chinches, la roya o los ácaros. Distingue con gran facilidad entre los diferentes tipos de suelo o de maleza.

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